El
de «La loba» fue un rodaje extraordinariamente tenso. Farney seguía en
Minneápolis, atareado con sus investigaciones, y Bette se sentía muy sola.
Hubiese necesitado el calor de Wyler, pero esto no era ya posible, pues Bette
se había hecho muy amiga de Margaret, la esposa del director. Además, las
diferencias entre ambos por su
manera
diferente de ver la película
pronto desembocaron en continuas y violentas discusiones. Wyler la quería
femenina y sensual y Betty se obstinaba en que si salía bella, el público difícilmente
creería que no había ningún hombre en la vida de Regina.
En
medio de este panorama, tuvo lugar otro de esos estúpidos accidentes que
jalonaron la vida de Bette. Una noche, la actriz ingirió un calmante que le había
recetado el médico. Sin embargo, la farmacia que se lo había preparado incurrió
en un lamentable error y Bette fue
presa
de terribles convulsiones.
Su
doncella la llevó precipitadamente al hospital, donde un rápido lavado de
estómago le salvó la vida casi de milagro.
Este
episodio la desequilibró y al
regresar al filme, las peleas crecieron de tono. Después de rodar la escena de
la cena, Wyller profirió el comentario más cruel que podía haber hecho. El
director dijo que aquella era la peor escena que había visto jamás y se
preguntó si no sería mejor que «contratáramos a Talullah Bankhead». Bette
salió del plató con los ojos llenos de lágrimas.
Sorprendentemente,
la película resultó soberbia una vez terminada. La interpretación de Bette ha
demostrado ser la correcta con el paso del tiempo. «La loba» es una historia
simbólica sobre la ambición de la burguesía americana y sobre cómo el deseo
de hacer dinero puede imponerse al deseo sexual. Sin duda, ha sido una obra que
ha ganado con el paso de los años. Pese a su calidad,
las
discusiones que ocasionó entre
Bette y Wyler les separaron para siempre. Nunca volvieron a rodar una película
juntos.
Al
terminar «La loba», Bette se vio afectada por una terrible crisis nerviosa que
la obligó a guardar cama varias semanas. Posteriormente, en otro de sus estúpidos
accidentes, un perro le mordió la nariz y eso la obligó a ocultarse del público
en su granja de Massachusetts durante
casi un mes. Esta ristra de desgracias se completó cuando Bette, en pleno
rodaje de su nuevo
filme, fue informada de que Farney estaba internado en un hospital de Minneápolis
aquejado de una grave pulmonía.
La
actriz se puso histérica y quiso viajar inmediatamente hasta donde estaba su
marido. Era tiempo de guerra y los viajes por avión se habían convertido en
un lujo casi imposible. Bette recurrió a Howard Hughes y le pidió que le
consiguiera un avión. Su antiguo amante le aconsejó no viajar a causa del
mal
estado del tiempo, pero
ante
la insistencia de Bette le consiguió
dos aviones privados.
Después
de un viaje infernal de casi 2.000 millas, Bette pudo llegar, agotada y al borde
de la crisis, al lado de Farney. Estuvo en el hospital hasta que él mejoró,
pese a que Jack Warner le reclamaba, a diario que volviera a los platós.
También
en esos días, Bette fue nombrada presidenta de la Academia de Artes y Ciencias.
Su talento no concordaba con el de la directiva de la entidad que otorga los
codiciados Oscar. Bette fue presidenta sólo durante unas pocas semanas, pero
en ese tiempo contribuyó decisivamente a que se revocara la decisión, ya
tomada, de dejar de celebrar la ceremonia de los Oscars durante los años que
durara la guerra. En esos momentos, el filme que Bette rodó fue «Como ella
sola.
Después
de él; Bette quería interpretar “La extraña pasajera”, las historia de
una joven fea y dominada por su madre a quien su psiquiatra hace cambiar de
vida. Era un papel que Jack
Warner se resistía a darle por dos motivos: seguía enfadado por el mal
trabajo de Bette en su último filme y, además, no se fiaba de que la estrella
fuera capaz de pasar de ser un patito feo a un cisne. Dirigida por Irving Rapper,
un, hábil artesano, «La. extraña pasajera» se convirtió en un pequeño
clásico,
amén de ser la película de mayor éxito comercial en la carrera de Bette.
Gracias al filme, miles de jovencitas feas se permitieron soñar que para
ellas también había luna esperanza. A regañadientes, Warner le subió el
sueldo a Bette hasta los 4.000 dólares semanales.